lunes, 24 de septiembre de 2007

TRES "AMANECER" DE MUJER


Como ya hemos estado diciendo estos días, junto al texto especial redactado para el día 23 de septiembre, en conmeración del estreno en ese día, 80 años atrás, de Amanecer, aparecerían testimonios y artículos que iría recibiendo esta semana. La casualidad ha llevado a que los tres primeros que voy a publicar lleven nombre de mujer, aunque tres miradas muy diversas. A pesar de alabar aspectos técnicos, se fijan sobre todo en cuestiones temáticas y en la construcción de los personajes y las emociones.

El primero de ellos está escrito por Elisenda Giralt, quien escribe sobre la película tras verla por primera vez, un privilegio que todos le envidiamos y que ella, desde ahora, va a envidiar a los próximos espectadores primerizos. A pesar de ello, no es una espectadora ajena al cine mudo, ya que estudió en Bolonia con el insigne Paolo Bertetto, algunos aspectos de la recuperación del cine silente. En su artículo reconoce lo consciente que ha sido de las herramientas que la película ha utilizado para construir las emociones, aunque no por ello ha dejado de emocionarse y de soltar "su habitual lagrimilla".

El segundo está escrito por Neus Masergas, quien ha ejercido la crítica literaria. Ya ha tenido la oportunidad de ver la película varias veces y ha querido interpretarla desde un punto de vista simbólico, atendiendo a representaciones que le sonaban cercanas a motivos cristianos de los que nos hemos empapado, directa o indirectamente. En su e-mail se disculpaba por si no era precisamente éste un texto de homenaje. ¡Qué mejor homenaje es buscarle nuevas interpretaciones y renovar lo que nos transmiten sus imágenes y pocas palabras! Además, por si alguien cree desacertado ese enfoque, el relato original en que se basa Amanecer está lleno de referencias a Dios y a la redención, por lo que no es descabellado pensar en que algo de ese transfondo se ha vertido en la construcción del argumento y de los caracteres. Y más teniendo en cuenta el gusto de los cineastas alemanes por lo simbólico.

El tercero es una visión feminista, escrita por Inés Pereda (de quien no sé nada, salvo que escribe en una revista llamada Horizontes lilas) sobre el tratamiento de la mujer en esta película, aunque señalando que es un ejemplo de lo que ha sucedido muchas veces en la historia del cine. Dice que su contribución responde a mi llamamiento de que "incluso" se podrían enviar testimonios y críticas negativas. Faltaría más, que de todo hay en botica, aunque a pesar de las críticas que vierte sobre los personajes parece que redime a la película.
Gracias a las tres (seguimos esperando más testimonios) y aquí van los artículos.




"Un argumento antiguo y vigente como el caminar...",
por Elisenda Giralt

El inicio me sorprendió porque es directamente (y sin ningún tipo de preludio) muy triste, con una estética agobiante muy conseguida (grises, negros, sombras, y todavía se aprecia la influencia expresionista con las formas y perspectivas anormales). Justo después del intento del protagonista de ahogar a su esposa y así deshacerse de ella e irse con su amante, la película toma un ritmo y una alegría inesperados, con una luz generalizada que quita la angustia y la tensión del ambiente (y qué rápidamente lo consigue) a la vez que permite disfrutar de un despliegue de medios técnicos y artísticos sorprendentes. La foto en el estudio del fotógrafo, la persecución del cerdito (con sombras incluidas) y el baile campestre de la pareja son muy tiernas, así como el retorno en tranvía de ambos. El contraste ciudad-pueblo y la inocencia de este último se hace muy evidente y está realmente muy bien conseguido. En la ciudad todo es gente, luz, ritmo y sobre todo técnica (coches, tranvías, fotografía, etc.) y en el campo es la naturaleza omnipresente y cercana la que hace peligrar incluso la vida del hombre (¿las sensaciones? ¿las pasiones?), la vejez-sabiduría aparece, las estaciones...). Creo que por influencia de los rocambolescos argumentos actuales me esperaba que la película volvería a hacer un giro nuevamente negativo con la figura del amante mientras intentaba recordar el título para animarme a no esperar lo peor. De hecho, el giro dramático ya tiene lugar con la casi muerte de la chica y el intento de asesinato de la amante por parte del marido. Afortunadamente todo queda en un susto y la moraleja de la historia (por un arrepentimiento a tiempo) anuncia una segunda oportunidad.

El argumento es más antiguo y vigente que el caminar y precisamente por eso resulta conmovedor. Al ser una espectadora habitualmente emotiva, solté mi lagrimita, a la que creo que colaboró el acierto en la elección de los protagonistas. Para mí, el mejor momento es el del beso en el estudio y cómo, sorprendidos, miran la foto resultante, que ya no es una de esas rígidas de posado. El cambio que él experimenta (tanto el físico en la peluquería como su estado de ánimo) es perfecto. Ella, no obstante, permanece tal como ha sido siempre, enamorada y fiel a su marido.






Una interpretación cristiana,
por Neus Masergas

La bondad, el perdón, el triunfo del amor, el castigo a los representantes del mal, la alegría de vivir en el bien, la solidaridad...Voy a empezar a hablar de la película partiendo de mi educación. Aunque ya hace años que no creo en ningún Dios (ni abstracto ni concreto), sí soy hija de la educación doméstica de los valores del cristianismo, más que del catolicismo. Y viendo esta película he visualizado muchas de las cosas que me habían explicado en mi niñez.

El mal, encarnado en una mujer morena, fumadora, ociosa y de ciudad, tienta al hombre primario de pueblo a través de la lujuria (¿os suena una serpiente, una manzana, Eva y el pobre Adán?). Éste, a pesar de que primero se ofende con la propuesta de matar a su rubia, dulce y trabajadora esposa, rápidamente se convence con nuevos besos. Naturalmente este amor adúltero se produce durante una noche iluminada por una inquietante luna.

La fidelidad del niño (gran actor, por cierto) y del perro avisando a la madre del peligro que le acecha no es suficiente para que ella se dé cuenta de que el paseo en barca tiene como polizonte a Caronte.
Una vez en el lago, y antes de intentar cometer el crimen, la bondad y el sentimiento de culpabilidad no le permite mirar la luz del resplandeciente rostro de su amorosa, ilusionada y desconcertada esposa. Las grandes manos masculinas se acercan a ella, como Abraham a su hijo Isaac, pero el ruego de su mujer es el ángel que le hace ver la luz. Una vez ella se da cuenta de las intenciones de su marido, escapa y cuando éste la encuentra y le pide que no tenga miedo es ella en esta ocasión quien es incapaz de mirar los ojos del demonio. Ni la comida ni las flores son suficientes para redimir al esposo. La redención llega con las campanas de la iglesia que anuncian una boda y en la que entran y en la que contraen nuevamente matrimonio: salida del templo con el repique de campanas, amor más allá de la muerte que los salva de ser atropellados por el caótico tráfico de la ciudad, fotografía oficial y fiesta: atracciones, baile e incluso borrachera. Éxtasis de alegría.

Vuelven a casa cruzando nuevamente el lago y guiados por una irónica luna de miel, pero es de noche y un nuevo peligro los amenaza. La tempestad es la última prueba de amor para el marido, que piensa que ha perdido a su mujer como castigo de sus primeras intenciones. Pero esta vez no sucumbe al silbido de serpiente de la amante a la que intenta matar. Dios ya ha tenido suficiente y la voz del aya, como el ángel de Abraham nuevamente, lo salva anunciando que su esposa está viva. Esta vez es la pérfida morena quien es expulsada del paraíso. Ya puede volver a AMANECER.

Y aparecen esos rayos de luz que simbolizan la presencia de Dios en todos los libros de religión.
Entre tanta tensión, son impagables los momentos cómicos como la Victoria de Samotracia con cabeza en el estudio del fotógrafo, la cara del barbero, la del camarero bebedor, el cerdito borracho, el baile de la pareja y el controlador de los tirantes de la mujer durante el baile.





Una mirada feminista,
por Inés Pereda

Imagino que a estas alturas ponerse a alabar los aspectos visuales de la película es poner un grano de arena en la playa. Es obvio que la película es una maravilla en lo técnico. Y ciertamente también tiene un buen guión. Lo que me distancia un poco de la película, desde mujer combativa de unos ciertos ideales, es el papel que las mujeres representan en ella. Soy consciente de que lo que critico no es exclusivo de esta película y que en la mayoría de los títulos de la época, y no digamos en las décadas posteriores, no siempre la mujer salía bien parada. Pero como nos ha invitado el responsable de este blog a introducir alguna nota discordante, alguna crítica negativa, pues ahí va.

Me tira para atrás ciertamente el papel (y aspecto: ¡vaya peinado! ¡vaya pinta de mojigata!) sumiso con el que se trata a la esposa, aunque creo, por contrapartida, que está muy conseguida la reconciliación, pues es un perdón que se conceden entre ambos. Pero si él está tratado con una riqueza de matices, ella prácticamente no varía. No parece más que un annexo del protagonista, un apoyo para ver su evolución. Y ya no digamos "la otra", siempre representada como una mujer liberada, una mujer que fuma. Parece que la libertad y el fumar (y el no llevar sujetador) se disculpan cuando la chica hace de malvada y de intrigante para cometer asesinatos. La mojigata y la frescales ¿no hay punto intermedio? Un año antes de Amanecer se estrenó El demonio y la carne que, por lo que he leído aquí, se basa en otra obra del autor adaptado en la película de Murnau. Allí la mujer fatal que arrastra a la perdición del hombre muere (en una especie de ajusticiamiento del destino) hundiéndose en el hielo. Por lo menos, la mujer de la ciudad puede volver a su casa, en espera del próximo verano y de otras víctimas. Por cierto, ahora que escribo lo de la ciudad, vaya arquetipos que se marca, con lo de la ciudad y el campo.

No seré yo quien quite a Amanecer del lugar que por sus cualidades cinematográficas merece, pero he querido ponerla de ejemplo, aunque sea brevemente, de cómo los guiones se construían muchas veces (y se construyen) alrededor de la evolución de los personajes masculinos.

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