miércoles, 23 de mayo de 2007

LA VIDA DEL EVANGELISTA (1915) de Holger-Madsen



Valdemar Psilander, a quien la Filmoteca Danesa ha dedicado una edición monográfica en DVD, fue uno de los más destacados actores de la época dorada del cine mudo danés. Su muerte, acaecida en 1917, privó a la cinematografía danesa del rostro por excelencia de sus melodramas, algunos de los cuales analizaremos en breve. El título que nos ocupa, La vida del evangelista (1915), dirigido por Forest Holger-Madsen, uno de los principales innovadores del cine danés, nos sirve para concluir el seguimiento que hemos hecho del ciclo dedicado al centenario de la Nordisk en la Filmoteca de Catalunya, que tendrá una pequeña continuación, de la que daremos detalles esta misma semana, con otros títulos destacados del cine danés no analizados estos días.

Un joven, Bill, se mofa de las palabras de un predicador ante la audiencia que se reúne a su alrededor en un parque. Lejos de estar resentido con la burla, el predicador tratará de aconsejar al joven en el reencuentro de ambos y la novia de Bill en un local de mala reputación llamado "El Loro Verde", donde el predicador trata de hacer llegar su mensaje. Bill, quien se plantea desde entonces cambiar de vida, escucha la historia del propio predicador, acusado en su día por error del asesinato de una prostituta. Las palabras de otro predicador, en la cárcel, le llevaron entonces a reconducir su vida, amoral y ofensiva para su acomodada familia, justo a tiempo para poder asistir a las últimas palabras de su madre agonizante y reconciliarse con ella. Al escuchar esta historia, Bill visita a su novia, cuya unión es bendecida por el predicador.

La película tiene un componente moral, de clara adscripción evangélica, que llena de contenido espiritual una historia con trama vinculada al melodrama. Destaca el juego narrativo de introducir un relato dentro de otro relato para sacar conclusiones ejemplares, algo que llegó a ser recurrente como estructura narrativa a lo largo del período mudo, ya fuese mediante el seguimiento en paralelo de un mismo concepto en diversos momentos en el tiempo o, como en este caso, la incrustación de una historia en otra con evidentes paralelismos. Sirvan de ejemplo para el primer caso películas como, ya analizada aquí, Páginas del libro de Satán de Dreyer, o, para el segundo, La carreta fantasma de Sjöstrom (muy cercana al espíritu del título que estamos analizando), o Los diez mandamientos de De Mille, donde vienen a combinarse los dos esquemas. Aunque contada con corrección y evocadora en muchos momentos, la película de Holger-Madsen resulta en exceso esquemática (enseña demasiado su trama) y lineal, lo que lleva al espectador a algo de frialdad en su relación con los personajes, muy supeditados a lo narrativo, sin demasiada vida propia, especialmente las mujeres, que no son más que la causa de la perdición de los hombres.

Más allá de los convencionalismos temáticos, hay una acertada creación de ambientes, desde la diferencia de clase de los dos antros en los que se mueven los dos varones (la humilde tasca de "El Loro Verde" y la sofisticada "La Mosca de Fuego") y sus casas familiares (compárese la casa de los padres del predicador con las estrecheces de la casa de la modista novia de Bill), hasta la diversidad de los lugares (unos pocos) que son testimonio de su evolución moral. Resultan a la vez sobrias e impactantes las escenas de la vida del predicador en prisión: por el gris dominante; por las máscaras que deben llevar los presos para permanecer aislados unos con otros; por los habitáculos donde se asoman uno a uno, sin contacto, para escuchar la prédica del párroco de la cárcel, en una escena que da sensación de colmena; y por el ritmo cansino y a la vez pautado de su salida en fila de las celdas y su regreso a ellas. En la ambientación de toda la película juega un papel tan importante la propia configuración y disposición de mobiliario, como la luz, casi siempre lateral, con la que quedan iluminados (labor de Marius Clausen).


La cámara ofrece novedosos movimientos que ayudan a cambiar el punto de vista o de interés de una escena sin salir de ella. De forma ligera, se traslada un poco a la izquierda o a la derecha para trasladar el foco de atención a un personaje o a un elemento no necesariamente animado de la escena que no entraba de lleno en los planos anteriores. Por ejemplo, cuando el predicador, recién salido de la cárcel acude a ver a su madre moribunda, al principio sólo se intuye el lecho donde esta agoniza, dándole protagonismo al hijo y a su regreso. Luego, la cámara se desplaza hacia la izquierda para ver el rostro de la madre en sus últimos momentos y el perdón que concede a su hijo, situado ya a su lado. Es un ejemplo, como muchos a lo largo de la película, de utilización tímida de la cámara como instrumento de montaje.

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