jueves, 12 de julio de 2007

EL CINE MUDO EN UN CATAMARÁN

El pasado viernes, 6 de julio, tuve la oportunidad de asistir a una sesión del Cine Mar, una iniciativa privada que propone una forma curiosa de proyectar cine mudo: la sala es la cubierta de un catamarán, con el puerto y el mar de Barcelona como compañeros de viaje, siempre visibles, para poder disfrutar de la vista nocturna en los momentos de descanso.

Durante la hora y media que duró el espectáculo (que no empezó precisamente con puntualidad) se ofrecieron tres cortos cómicos: La cabra, de Buster Keaton, El inventor, con Snub Pollard, y Charlot prestamista, con Chaplin. Fue una ocasión excelente para reencontrarme con el segundo de ellos, uno de mis cortos favoritos, por su inventiva visual, tantas veces imitada en el cine y la publicidad: a partir del momento en que el inventor se despierta se inicia una original maquinaria de artilugios que le sirven para prepararle y servirle el desayuno, para ponerle al corriente del correo, para vestirle y, finalmente, para reconvertir un dormitorio en un salón, con chimenea incluida; luego el inventor sale a una misión, a bordo de un vehículo con energía no contaminante: se conduce con un gran imán que se beneficia del movimiento de los coches a los que se adhiere.

El programa del día se completaba con dibujos animados (Superratón, Tom y Jerry y Betty Boop) y un pase de diapositivas con imágenes que podrían haber pertenecido a los nickelodeones de antaño, un pase que iba acompañado de las palabras del proyeccionista, Walter Cots, imitando a los antiguos vendedores de ilusiones: "Si quiere ver la vida de color de rosa, ponga 20 céntimos en la ranura". También proyectó brevemente La sortie des ouvriers de l'usine de los hermanos Lumière, que no pareció emocionar demasiado al público asistente, a pesar de las palabras entusiastas de presentación de Walter Cots.



Es curioso pensar lo diferente que resulta el público de estas sesiones del que normalmente es asiduo a las de las filmotecas. Ni mejor ni peor, pero sí dotado de una actitud diferente, aunque sea la misma persona, derivado de lo distinto que resulta presentar una misma película en un sitio u otro: varía el contexto y la forma de mirar a la pantalla. Aunque estas películas cómicas apelen a emociones básicas, presentadas en una filmoteca son otra cosa: un objeto histórico, una obra de arte en la que observar recursos técnicos, una reliquia. Es un objeto de veneración para el cinéfilo, que generalmente ve con los ojos cansados, unas veces con la única premisa de corroborar lo que ya se ha leído en tal o cual libro, otras, por la obligación autoimpuesta de cinéfilo de ver ese documento. En cambio, vistas en un contexto más cercano a como se emitieron originalmente, no en catamaranes, pero sí en cines ambulantes, en teatros de variedades o en plazas públicas, se añade el contexto festivo, de atracción de circo, del que el tiempo le ha provisto a esas copias, muchas veces vistas como antiguallas. Es lo mismo que ocurre cuando vemos una escultura en una plaza pública o en un museo. La primera sirve para fotografiarnos con la familia o para darnos una perspectiva diferente de la ciudad; la segunda, la del museo, es un material situado en un recorrido marcado, un documento de alguna idea, de alguna época, sacado de su contexto original.
Las personas que queremos difundir el gusto por el cine de los orígenes, más allá de si es mudo o no, tenemos muy presente que recuperar el amor hacia ese cine implica dar a conocer también los contextos perdidos en que se proyectaban lo único que nos queda de la película: una lata con la copia de la película, sin la música original, sin el explicador de la sala que animaba el relato, sin el vendedor ambulante, sin las pausas para anunciar dietas y ungüentos "para la mujer de hoy", sin el público tan variopinto que rodeaba al espectador, que a veces abucheaba al pianista o le tiraba papeles a la cabeza, etc. Sesiones como las de Cine Mar demuestran que puede haber un público para el cine mudo si éste se presenta en unas condiciones que revaloricen su carácter festivo.

De hecho, es algo que no sólo ocurre en cuanto al cine mudo. Piénsese la diferente concepción del espectador de cine que hay entre Occidente y Oriente, especialmente en países como la India, donde hasta mil personas disfrutan de las películas, sentados de forma desordenada, cantando, emocionándose al mismo tiempo, comiendo, bebiendo... porque el cine es para ellos todo un acontecimiento social, como lo fue durante años en nuestro país, con las sesiones continuas y las ofertas de cine ambulante en los pueblos. En cambio, nuestro modelo de espectador nos conduce al vicio privado, a entrar y salir del cine en silencio, sin mayor contacto con otros espectadores que el de coincidir en un espacio cerrado; incluso, a veces hay quien huye deliberadamente de ese contacto y no es capaz de ver una película si no se ha asegurado previamente que estén libres los asientos contiguos y el de delante y el de detrás. Las nuevas tecnologías, que permiten ver cine desde casa (cuando se ve lo que se descarga o se compra) aún han hecho en Occidente más privado el vicio del cine.


Si Edison hubiera tenido una bola de cristal que le avisara de esta evolución del espectador, quizás no hubiera perdido una de sus batallas ante los Lumière. Edison patentó el kinestocopio, una forma individual de ver cine que no pudo hacer nada ante el cinematógrafo de los Lumière, preparado para una audiencia mayor. Luego Edison se hizo con el control de las salas y del público. Hoy seguramente andaría detrás de los divx y del Home Cinema.

1 comentario:

Antonio Belmonte Navarro dijo...

He aceptado, como ves, tu invitación de entrar en el blog, que me parece interesante por su variedad y buen gusto. El mío es más especializado, pero tiene claro que busca un lector o lectora variado. Incluso es su máxima aspiración que el no aficionado al cine mudo lo sea a través de las historias y títulos que divulgo y analizo.

Un placer