Mario Guaita (de nombre artístico, y no es broma, Ausonia) era en 1913, a sus 31 ó 32 años de edad (según la fuente), un conocido artista de circo que despertaba la admiración por su recreación de célebres cuadros y composiciones escultóricas, gracias a un equilibrado y atlético cuerpo, que había sido merecedor de un premio de belleza masculina en la Academia de las Bellas Artes de París. Esas cualidades le llevaron a encarnar a Espartaco en la película homónima de 1913, producida por Ernesto Maria Pasquali. Éste, uno de los que había colaborado en la época de los pioneros con Arturo Ambrosio, desde 1908 había emprendido el camino de una productora propia, también radicada en Turín, que llamó Pasquali Film. El proyecto fue encargado a Giovanni Enrico Vidali, en lo que suponía su debut como director. También colaboran en la labor "autoral" de la obra corresponde a Renzo Chiosso, responsable del argumento, y, sobre todo, del pintor y figurinista Domenico Gaido, responsable de la cuestión artística.
Ausonia constituye el primer Espartaco del cine, aunque a mucha distancia en cualidades actorales a otros que encarnaron al personaje, como Massimo Girotti en el Spartaco (1953) de Riccardo Freda o como Kirk Douglas en el Spartacus (1960) de Stanley Kubrick. Pero tampoco pretende ser actor. La cámara se recrea varias veces en su torso, tratando de revelarnos sus verdaderas cualidades. Tampoco la historia llega a ser la misma. Por ejemplo, en la de Kubrick el destino de Espartaco, igualmente heroico, llega a ser trágico, con la muerte de Espartaco y los esclavos rebeldes. En cambio, la película de la Pasquali reserva un happy end a su protagonista y a su amada y el castigo de los traidores. Pero antes...
...En el contexto de la conquista de Tracia por la Roma de Craso, tres tracios pasan a servir a los romanos: los amigos Espartaco y Artemon, que son instruidos como gladiadores, e Idamis, hermana del primero, quien pasa a ser esclava de la hija de Craso, Narona, de quien se enamora Espartaco. Este amor despierta el recelo de Noricus, jefe de los gladiadores. El desacuerdo de Espartaco con Craso acaba llevando al tracio a sublevarse contra el soberano, capitaneando un ejército de esclavos, al que conduce al monte Vesubio. Tras conseguir una promesa de libertad de Craso, Espartaco vuelve triunfante a Roma, donde es acusado de asesinar a Heronius, hermano de Craso, en una falsa acusación propiciada por Noricus. Idamis es sorprendida escuchando de boca de Noricus los detalles del engaño y es conducida a la cárcel del circo Máximo, en una celda cercana a la de su hermano. Poco antes de ser llevado ante los leones, Espartaco consigue liberar a su hermana, para que ella y Narona puedan llegar a tiempo de probar su inocencia, algo que consiguen in extremis. Mientras los leones acaban con Noricus, Espartaco y Narona se prometen amor eterno bajo la luz de la luna.
El desfile de prisioneros tracios y las tropas romanas, el acceso del ejército al monte Vesubio o los espectáculos en el circo Máximo dan pie a grandes escenas de masas, en las que se combina un interesante rodaje en exteriores con una apelotonada conjunción de actores y extras, no muy dinámica. Más fuerza cinematográfica tienen algunos de los momentos rodados en los decorados de Gadio, pero no tanto por los decorados sino por el punto de vista y la composición del plano. Situémonos en nuestro presente y pensemos en el reportero de un telediario informando junto a la cámara de algo que está situando justo detrás y girándose hacia atrás para hablar con alguien que pueda increparle desde allí. Pues un equivalente a ese plano se construye varias veces, con Espartaco o Noricus al frente y, por ejemplo, Craso y sus colaboradores al fondo. No tan conseguidas como las que vimos en Quo Vadis?, pero igualmente efectivas, sobre todo teniendo en cuenta que la película de Guazzoni sí tenía actores de peso que ayudaban a la puesta en escena, mientras que aquí la cámara ha de trabajar el doble para sacar partido de un actor con más pose que otra cosa.
El éxito conseguido por la cinta llevó a confirmar a la Pasquali Film el camino que ya tenía previsto seguir, confirmado ese mismo año, 1913, por otra producción bajo de la batuta de Vidali: Los últimos días de Pompeya. A pesar de su éxito, no será la versión más conocida de esta historia, sino otra estrenada al mismo tiempo, producida por la Ambrosio Film, de la que nos ocuparemos este domingo.
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