lunes, 28 de mayo de 2007
PETER ELFELT, PRIMER CINEASTA DANÉS
jueves, 24 de mayo de 2007
CINE DANÉS II
miércoles, 23 de mayo de 2007
LA VIDA DEL EVANGELISTA (1915) de Holger-Madsen
Un joven, Bill, se mofa de las palabras de un predicador ante la audiencia que se reúne a su alrededor en un parque. Lejos de estar resentido con la burla, el predicador tratará de aconsejar al joven en el reencuentro de ambos y la novia de Bill en un local de mala reputación llamado "El Loro Verde", donde el predicador trata de hacer llegar su mensaje. Bill, quien se plantea desde entonces cambiar de vida, escucha la historia del propio predicador, acusado en su día por error del asesinato de una prostituta. Las palabras de otro predicador, en la cárcel, le llevaron entonces a reconducir su vida, amoral y ofensiva para su acomodada familia, justo a tiempo para poder asistir a las últimas palabras de su madre agonizante y reconciliarse con ella. Al escuchar esta historia, Bill visita a su novia, cuya unión es bendecida por el predicador.
La película tiene un componente moral, de clara adscripción evangélica, que llena de contenido espiritual una historia con trama vinculada al melodrama. Destaca el juego narrativo de introducir un relato dentro de otro relato para sacar conclusiones ejemplares, algo que llegó a ser recurrente como estructura narrativa a lo largo del período mudo, ya fuese mediante el seguimiento en paralelo de un mismo concepto en diversos momentos en el tiempo o, como en este caso, la incrustación de una historia en otra con evidentes paralelismos. Sirvan de ejemplo para el primer caso películas como, ya analizada aquí, Páginas del libro de Satán de Dreyer, o, para el segundo, La carreta fantasma de Sjöstrom (muy cercana al espíritu del título que estamos analizando), o Los diez mandamientos de De Mille, donde vienen a combinarse los dos esquemas. Aunque contada con corrección y evocadora en muchos momentos, la película de Holger-Madsen resulta en exceso esquemática (enseña demasiado su trama) y lineal, lo que lleva al espectador a algo de frialdad en su relación con los personajes, muy supeditados a lo narrativo, sin demasiada vida propia, especialmente las mujeres, que no son más que la causa de la perdición de los hombres.
Más allá de los convencionalismos temáticos, hay una acertada creación de ambientes, desde la diferencia de clase de los dos antros en los que se mueven los dos varones (la humilde tasca de "El Loro Verde" y la sofisticada "La Mosca de Fuego") y sus casas familiares (compárese la casa de los padres del predicador con las estrecheces de la casa de la modista novia de Bill), hasta la diversidad de los lugares (unos pocos) que son testimonio de su evolución moral. Resultan a la vez sobrias e impactantes las escenas de la vida del predicador en prisión: por el gris dominante; por las máscaras que deben llevar los presos para permanecer aislados unos con otros; por los habitáculos donde se asoman uno a uno, sin contacto, para escuchar la prédica del párroco de la cárcel, en una escena que da sensación de colmena; y por el ritmo cansino y a la vez pautado de su salida en fila de las celdas y su regreso a ellas. En la ambientación de toda la película juega un papel tan importante la propia configuración y disposición de mobiliario, como la luz, casi siempre lateral, con la que quedan iluminados (labor de Marius Clausen).
La cámara ofrece novedosos movimientos que ayudan a cambiar el punto de vista o de interés de una escena sin salir de ella. De forma ligera, se traslada un poco a la izquierda o a la derecha para trasladar el foco de atención a un personaje o a un elemento no necesariamente animado de la escena que no entraba de lleno en los planos anteriores. Por ejemplo, cuando el predicador, recién salido de la cárcel acude a ver a su madre moribunda, al principio sólo se intuye el lecho donde esta agoniza, dándole protagonismo al hijo y a su regreso. Luego, la cámara se desplaza hacia la izquierda para ver el rostro de la madre en sus últimos momentos y el perdón que concede a su hijo, situado ya a su lado. Es un ejemplo, como muchos a lo largo de la película, de utilización tímida de la cámara como instrumento de montaje.
jueves, 17 de mayo de 2007
LA X MISTERIOSA (1914) de Benjamin Christensen
Lo que empieza pareciendo un alegato patriótico, con una exaltación de la bandera en el ámbito de la familia de un militar, interpretado por el propio Christensen, se convierte de inmediato en una intriga motivada por el espionaje y el adulterio que tiene como triángulo al militar, su mujer y el pretendiente amoroso de ésta, el conde Spinelli, quien además de su devoción por la dama, está especialmente interesado en los planes de ataque del ejército rival. El militar descubre mediante la lectura de una carta el coqueteo de su mujer y el conde, quien en una estancia en la casa de la dama tiene acceso a una información reservada del ejército. Spinelli avisa al otro bando del plan de ataque, revelación de la que es acusado el protagonista, quien, enfadado por el posible adulterio de su mujer, no hace nada para evitar su condena por un tribunal militar. Cuando está a punto de ser fusilado, se descubre la verdad, tras la confesión del conde, quien agoniza en el sótano de un molino de viento, donde ha quedado atrapado.
La casa familiar, la del conde, el mar donde el militar navega en sus misiones son algunos de los espacios en los que se desenvuelve una historia de pasión y traiciones, en los que el interés de la trama, con muchos momentos de verdadero suspense, se combina con una sinfonía de luces que se dibujan en las sombras, a través de lo que proyecta una apertura de la luz en los interiores sombríos.
Uno de los espacios más queridos por la cámara y la fotografía es el molino de viento, tanto en los planos generales, silueteado en negro en la cumbre de una colina, como si de una animación de Lotte Reiniger se tratara, como en los de interior, con planos de contraste entre la luz exterior matizada y enmarcada en la oscuridad del molino. Se convierte también en un lugar para planos de gran tensión, con motivos escabrosos, como el uso de ratas reales (un recurso que recuerda a uno de los más celebrados momentos del Nosferatu de Murnau), en la agonía del conde y su desesperación por intentar abrir la trampilla del sótano, que ha quedado bloqueada al abrirse sobre ella la puerta del molino. En algunos momentos de esta secuencia lo único que se ve es el movimiento de una bisagra o una vibración de las maderas, con un ritmo que parece imitar el latido de un corazón acelerado, elementos sencillos, pero que prefiguran por sí solos recursos del cine de terror.
De gran impacto, en cuanto a la tensión de la trama y a su juego de luces y sombras, es toda la parte en la que el hijo del militar sale a escondidas de su casa (con un bello plano de arranque de su cuerpo silueteado en la ventana como una sombra) y marcha a ver a su padre a la prisión donde éste está confinado. Los planos que describen la internada en el presidiario del muchacho, burlando a la guardia, hasta llegar a la celda donde está su padre, constituyen un repertorio de perspectivas en la oscuridad: galerías sombrías con una iluminación mínima proyectada por una hilera de ventanales, arcos sobre fosos de agua y pasadizos de cuento de horror.
La importancia de las imágenes también se revela en la utilización de grafismos y palabras como parte integrante de los fotogramas. En cuanto al primer caso, resulta significativa la escena en la que a la mujer se le revela en sueños la clave para poder salvar a su marido: se va dibujando sobreimpresionada al plano de ella durmiendo, como si estuviera sienda trazada en tiza sobre una pizarra, la figura de un enorme elefante (un dibujo que su hijo había hecho en el reverso de una carta de vital importancia para la historia) y una X en su interior (la firma misteriosa de esa carta y la que da título a la película). Menos elemental y de una gran efectividad resulta un uso concreto de las palabras en un rótulo que no lo parece, pues está integrado en las imágenes: el padre del militar acusado, tras saber de la inocencia de su hijo, intenta contactar por teléfono con el regimiento que lo retiene para paralizar su ejecución; sus palabras empiezan a escribirse sobreimpresionadas siguiendo la trayectoria del tendido hasta que un impacto de cañón derriba el poste y se interrumpe la comunicación. El estallido es un impacto visual de gran calado, pues además es un golpe para la empatía del espectador por la víctima que sabe inocente. Es decir, que este tipo de recurso tiene un componente visual y discursivo al mismo tiempo.
La historia se enmarca en un contexto bélico y ofrece algunos momentos de batalla, pero no parece que haya mucha relación con los vientos de guerra de ese año tan señalado en la historia universal. Más bien esos momentos de batalla, no muy precisos, están claramente enfocados a albergar un tramo de la trama principal, un simple marco de ella. A veces esta relación es bastante fallida, como lo poco verosímil que resulta, por no decir que queda fuera de tono, la carrera de la mujer en el campo de batalla, en plena acción militar. Quizás es el único punto discutible en esta espléndida y recomendable película, el debut de uno de esos grandes directores hoy bastante olvidados.
martes, 15 de mayo de 2007
AFGRUNDEN (EL ABISMO, 1910) de Urban Gad
lunes, 14 de mayo de 2007
35 AÑOS DE "DIRIGIDO POR..."
1942- El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons. Orson Welles)
1950- Stars in My Crown (Jacques Tourneur)
1954- La ventana indiscreta (Rear Window. Alfred Hitchcock)
1955- La palabra (Ordet) (Ordet. Carl Theodor Dreyer)
1956- Mientras Nueva York duerme (While the City Sleeps. Fritz Lang)
1958- Cenizas y diamantes (Popiól i diament. Andrej Wajda)
1958- Drácula (id. Terence Fisher)
1958- Tiempo de amar, tiempo de morir (A Time to Love, A Time to Die. Douglas Sirk)
1959- Río Bravo (id. Howard Hawks)
1960- El apartamento (The Apartament. Billy Wilder)
1960- Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli. Luchino Visconti)
1968- La semilla del diablo (Rosemary’s Baby. Roman Polanski)
Aunque algunas de ellas, por ejemplo la última, contienen muchos momentos construidos desde el silencio, no hay incluido ningún título de la época silente. Y eso, a pesar de que la revista se ha destacado en muchos momentos de su historia por recuperar títulos, actores y directores del pasado, mediante estudios específicos sobre una personalidad o panoramas acerca de géneros o temas. Fue sobre todo una tarea más de sus inicios, cuando dedicó una serie de interesantes estudios a la formación de los géneros cinematográficos o a la de las productoras clásicas que ya tuvieron vida en el silente. También ha dedicado monografías a directores como Cecil B. De Mille (espléndido dossier de Miguel Marías), Tod Browning, Raoul Walsh, el mencionado Fritz Lang, King Vidor, John Ford... o ha reconocido la autoría en sus producciones como actor de los cómicos del cine mudo, como Harold Lloyd, Chaplin o Keaton. Quizás resulte extraño que en 35 años no haya habido una monografía sobre Murnau, aunque sí artículos específicos sobre algunas de sus obras, ya sea en el repaso a los mejores títulos de un género, ya con motivo del lanzamiento de un DVD. El cine silente también se ha colado últimamente en secciones muy interesantes consagradas al estudio de una escena en particular o a la recuperación de títulos olvidados (y no sólo del cine mudo).
viernes, 11 de mayo de 2007
EL PAYASO (1926) de A.W. Sandberg
El payaso (1926) es un remake de otro título homónimo del propio director, estrenado en 1917, pero que no tuvo tanta proyección internacional como éste. Uno de sus principales valores es la interpretación del actor sueco Gösta Ekman, quien ese mismo año fue el protagonista del Fausto de Murnau. Una película danesa con un intérprete sueco que también triunfaría en Alemania: como puede verse, el intercambio en el reparto y equipo técnicos entre los países del Norte de Europa era constante y en el caso danés, por esos años ya en franca crisis, esta colaboración aún resultaba más necesaria.
La historia de la película se basa en el tópico del payaso que llora, el de que detrás de la sonrisa que aparenta el payaso se puede encontrar una vida llena de pesares y contratiempos. Y verdaderamente la historia de Joe Higgins es de tragedia. Tras conocer a una chica, Daisy, casarse con ella y triunfar en París con su espectáculo, se suceden los problemas a partir del momento en que su mujer se deja seducir por un diseñador de ropa, Marcel, y se marcha con él. Arrepentida trata de volver con Joe, al que quiere comunicar que ha tenido una hija, pero las circunstancias impiden su reencuentro. El dolor conduce a Joe al alcoholismo y a ella al suicidio. El diseñador, Marcel, totalmente arruinado, acude al circo para evadirse de sus problemas, a sabiendas que el encuentro con Joe no será gratificante. Joe actúa con un número en el que hace una parodia de los tiradores de precisión. Al ver a su antiguo rival de amores, decide robar una pistola de verdad al pistolero que ha actuado antes que él, e improvisa un número para apuntarle. La sola intimidación hace innecesario apretar al gatillo, pues Marcel muere de un ataque al corazón. En el bolsillo del difunto alguien encuentra un papel que habla de la presencia en un hospital de Daisy Higgins. Creyendo que es su esposa, Joe acude en su busca, pero allí encuentra a una niña y comprende que es su hija.
A pesar de su construcción melodramática, es una película bastante contenida en sus emociones, que sólo estallan cuando tienen que hacerlo. Es de antología en este sentido toda la parte dedicada a contar la consolidación de la pasión de Daisy hacia Marcel, el descubrimiento de la infidelidad por Joe y la huida de ella. Empieza con una escena en la que Daisy, tras un intento de Marcel por besarla, corre al camerino donde Joe se prepara para el espectáculo. Ambos se maquillan la cara en el mismo plano: él para actuar y ella para disimular sus sentimientos contrariados. Sencilla idea, pero terriblemente sugerente. Más tarde, mientras Joe actúa, su mujer es seducida entre bastidores por Marcel y la escena está planteada de tal forma que lo que Joe va expresando en el escenario (en especial su canción doliente) cobre mayor sentido por algo que aún él no sabe. Lo averigua posteriormente cuando, mirándose a un espejo, se eleva el telón y ve reflejados a Marcel y Daisy besándose. En vez de girarse y dar cuenta de los amantes, su rabia se desata contra la imagen que ha visto y destroza el espejo, lo que lleva a un momento impactante emocional y visualmente. A continuación viene una lección de cómo conducir cinematográficamente el impacto que produce esta imagen y no llevarlo por el terreno del folletín: el trío pasea por una calle en penumbra, en silencio, intentando digerir cada uno su parte de la emoción. Marcel se retira, aunque sigue de cerca a la pareja, que acaba por darse a conocer sus intenciones, que acaban con la huida de Daisy.
Los desencuentros posteriores entre Joe y su mujer también están muy bien planificados. El primero pilla a los dos protagonistas uno en cada lado de una acera en las masificadas calles de París (en esta película ampliamente descrita en sus monumentos y en sus luces diurnas y nocturnas). La dificultad de Joe para atravesar la calle en un momento de gran intensidad de tráfico está milimétricamente planteada y lleva a la desesperación tanto al protagonista como al espectador. La segunda ocasión, cuando Daisy va a visitar a sus padres, al edificio donde también está Joe, combina muy bien el melodrama y la comedia. El melodrama, con el encuentro entre Daisy y su padre, que la rechaza por lo que ha hecho. La comedia, aunque matizada, con las carreras del desesperado Joe por encontrar la llave del portal, tras saber que su mujer ha bajado las escaleras, en la que incluye un diálogo entre el portero y su esposa sobre la afición de la bebida, que puede tomarse de forma jocosa o como confirmación de la impotencia de Joe porque le dejen la llave, o como las dos cosas al mismo tiempo.
Lo cómico y lo trágico están especialmente representados en el momento de mayor tensión de la película: el último encuentro entre Joe y Marcel, cuando éste último asiste al espectáculo del payaso. Se establece un juego que se encuadra perfectamente en la definición que de "suspense" establecía Hitchcock, en la que al espectador se le anticipan acciones que desconocen algunos personajes y se le mantiene en tensión hasta que ocurren, no siempre del modo esperado. Lo que los espectadores del circo creen que ven es la torpeza de un payaso por emular al tirador que acaba de hacer su número de precisión. Lo que los espectadores de la película están viendo es la obsesión del payaso por matar a Marcel y por encontrar el mejor momento, improvisando dentro de su número para hacerlo. Marcel está entre los dos niveles de espectadores: inseguro de si lo que está viendo es espectáculo o la preparación de su asesinato. La tensión estalla en dos momentos: la primera saca su lado cómico, al disparar Joe una flor de lo que el espectador cree que es la pistola de verdad; el segundo, se adentra de lleno en la tragedia, resolviéndola de forma sorpresiva, pues antes de que Joe alcance a disparar, Marcel muere de un ataque al corazón. Gran dominio de las relaciones entre ficción y realidad, o mejor dicho de la ficción dentro de la ficción, y gran dominio del suspense, de la relación entre espectador y trama.
En el tramo final de la película, se suceden las tragedias, pero sobre todo el desmoronamiento físico y emocional del personaje de Joe, algo que resulta muy creíble tanto por la buena labor de maquillaje como por la actuación de Gösta Ekman, quien pasa de tener un aspecto dulce y amanerado en los inicios de la cinta (al igual que la historia, con tintes de película romántica) a un tono agresivo, casi de psicópata, en la parte más dura de la trama. El gran dominio del gesto de Ekman se resume en el emotivo final cuando conoce y abraza desesperadamente a su hija, aferrándose a su única esperanza: su cara, aunque castigada y doliente, empieza a iluminarse entre lágrima y una tenue sonrisa. Toda palabra sobra. Un bello y necesario final, en el que deja algo de redención para el personaje, y una sensación de que la historia se ha cerrado con el único final posible, tras dos horas y algo más ante la pantalla sin pestañear.
miércoles, 9 de mayo de 2007
GRANDES ESPERANZAS (1921) de A.W. Sandberg
La novela Grandes esperanzas, que daría lugar en el sonoro a la célebre Cadenas rotas (1946) de David Lean, relata la historia de Pip (interpretado aquí por Martin Herzberg), un niño huérfano, quien vive con su hermana y el marido de ésta. Un día, mientras está junto a la tumba de su madre, se encuentra con un preso fugitivo, quien le pide si le puede conseguir algo de comida. A pesar de las pesadillas que tiene por la noche como recuerdo de su encuentro con personaje tan siniestro, accede a darle comida y no le denuncia, aunque será detenido momentos después. Pasan los días y un tío de Pip avisa a su hermana que una anciana con dinero ha puesto un anuncio para encontrar a un niño para jugar con la muchacha a la que ha acogido. Pip accede a la mansión, un lugar en franca decadencia, donde contempla a una bella, pero estirada niña y a una extraña anciana, que ha quedado trastornada después de que se frustrara su boda. Pasan los años y el niño, de expresiva y enfermiza cara, se convierte en todo un joven emprendedor, gracias al dinero que ha percibido para su educación de un anónimo benefactor, que resulta ser finalmente el preso a quien encontró de niño y que ahora le agradece el pequeño favor que le hizo. El corazón del joven va sufriendo importantes golpes con las negativas de su aparentemente frívola amada, la que fuera niña protegida de la anciana, y con las sucesivas muertes del preso, de la hermana de Pip y, finalmente, de la anciana, quien muere calcinada tras un accidente en su residencia. Al malestar emocional se suma una fiebre, tras la que llega la calma: su viudo cuñado se vuelve a casa con una joven amiga de Pip y éste acaba conquistando el corazón de su amada, a la que encuentra paseando nostálgica en las ruinas de la mansión de la anciana.
sábado, 5 de mayo de 2007
LA FAVORITA DEL MARAJÁ (1917) de Robert Dinesen y otras películas de harén
- Flugten fra seraillet / La fuga del serrallo (Viggo Larsen, 1907)
- Bedraget i doden / Engañado a muerte (Eduard Schnedler-Sorensen, 1911)Maharadjahens yndlingshustru / La favorita del marajá (Robert Dinesen, 1917)
Una joven occidental es seducida (y no secuestrada) por el marajá, quien llena de rosas la habitación de la chica y le propone un plan de fuga. La chica se despide de su primo (que también la pretende), pidiéndole que la deje pasear sola en bote. Esta escena ofrece un hermoso tráveling de la cámara hacia atrás, elevando suavemente su punto de mira para ver al joven enamorado mirar cómo se aleja el bote. En unas escenas de gran belleza, la joven queda inconsciente y es rescatada por los hombres del marajá, quienes la conducen a palacio. Allí, ella está fascinada por los nuevos ropajes y joyas que la adornan, mientras el marajá contempla en privado, en una escena con sabor a fetichismo, el cofre donde ha guardado la ropa europea de su amada. Aunque la considera la favorita, otras bellas mujeres conviven en su harén (representado con múltiples chorros de agua y rica ornamentación). Esto hace que la joven se sienta incómoda, empieza a sentirse prisionera, a pesar de que el marajá sigue insistiendo una y otra vez que es su favorita y así la presenta ante las demás.
El marajá ofrece una recepción en su palacio a unos marinos europeos, entre los que se encuentra el primo de la muchacha, quien, tras un momento de tensión, solicita entrevistarse en privado con el marajá. Allí acuerdan que ella decida con quién quedarse. Para ello, en un acertado elemento de guión, que podría encajar esta historia en Las mil y una noches, hacen que al despertarse la chica se encuentre con dos cofres: uno contiene joyas y ropas orientales y el otro, la ropa que trajo antes de venir a palacio. Mientras su primo aguarda a esta última elección, con su bote al pie de palacio, junto al mar, para llevarse a su amada, el marajá ordena a los que custodian el palacio que, si ven a la joven vestida con ropa europea y con voluntad de huir, que la dejen marchar, pero que maten a quien intente seguirla. La muchacha se decide por sus antiguos ropajes y sale de palacio, seguida de cerca por una inquietante figura, escondida dentro de una túnica, que resulta ser el propio marajá, esperando que su guardia obedezca sus órdenes y le mate. Pero esto no ocurre y la joven, que ve en esta voluntad de morir del marajá una prueba de amor, rectifica su camino y decide entregarse a los brazos de su amado. Medio escondido, su primo ve la escena y comprende que no tiene nada que hacer allí.
He aquí un final que rompe por completo con la tradición del tema en la Nordisk, donde destaca el mayor empaque de la mujer en la historia, que deja de ser la simple presa por la que se enfrentan hombres y bandas enteras, para ser una persona con vaivenes en sus emociones y poder de decisión sobre ellas. También hay un mayor peso en el personaje del dueño del harén, el marajá, más allá de los estereotipos sobre lo oriental, interpretado por Gunnar Tolnæs, quien volvería a encarnarlo en las varias secuelas y versiones que se rodaron: la segunda (1919), dirigida por August Blom, la de 1921, dirigida por Max Mack, y la tercera parte (1926), rodada por A.W. Sandberg, a la que corresponde la ilustración que acompaña a este párrafo.
miércoles, 2 de mayo de 2007
HIMMELSKIBET (1918) de Holger-Madsen
Las películas de ciencia ficción suelen envejecer mal, por cuanto muy pronto los avances técnicos llevan los mundos imaginados en ellas por otros derroteros y, además, su estética está más apegada que en otros géneros a los gustos estéticos de una época, sin apenas más apoyo que en la cultura popular de su época o en las obras visionarias de tal o cual artista que una década después puede haber perdido su vigencia. Piénsese en el 2001 de Kubrik, con algunos pasajes, influidos por la psicodelia de la época, ciertamente hoy pasados de moda. Si esto ocurre años después de que el hombre pisara la Luna y de que se desarrollara una carrera espacial, imagínense décadas antes de que todo esto fuera siquiera una posibilidad, y menos aún en un filme que trata no del viaje a la Luna (imaginado por Méliès en adaptación del libro de Verne), sino de un viaje a Marte.
La película, dirigida por Holger-Madsen, desarrolla los planes de un doctor, cuyo ídolo es Cristobal Colón (aunque le atribuye erróneamente la intención de dar la vuelta al mundo), para viajar a Marte. Para ello, en sólo dos años logra construir una nave, el Excelsior, y logra captar como voluntarios a un puñado de expedicionarios, uno de ellos comprometido con una joven llamada Corona. Boicoteado por el escepticismo de un viejo científico, quien se despide con sarcasmo de la tripulación pidiendo que le envíen una carta a Venus. Tras varios meses de viaje, con un intento de motín incluido, la nave llega a Marte, donde aguardan varios hombres y mujeres vestidos totalmente de blanco, con complementos poco creíbles (los hombres con túnicas que recuerdan al mundo clásico grecolatino, pero con extrañas cofias de una tela como de ala de mosca; las mujeres, como las hadas campestres, con diademas de flores). Tras años de guerras y sangre, Marte ha construido un mundo civilizado donde no hay armas de fuego, ni delitos (o si los hay, se superan con la toma de conciencia y no encerrando al infractor en la cárcel) y donde el amor se vive desde la pureza. El capitán se enamorará de estos ideales y en especial de una de las doncellas, a la que traerá en el viaje de vuelta.
Aunque parezca una idealización algo plomiza de Marte, no hay que olvidar su año de producción, el mismo de la finalización de la Gran Guerra, un conflicto que ha despertado a partes iguales el patriotismo y el pacifismo en los lugares más recónditos de la Tierra. La ciencia ficción ha servido en muchas ocasiones para hacer proyecciones sobre otros mundos y tiempos que sirvieran para explicar (y criticar) el presente. Tenemos que llevar nuestras mentes a ese contexto, por muy poco acertado que nos parezca el mundo idealizado que nos presentan, en el que además (eso sí es más preocupante para el espectador) no ocurre gran cosa: un encuentro con los marcianos, con un pequeño momento de tensión, una danza de las doncellas dedicada a la castidad, el enamoramiento del capitán y el envío de una señal a la Tierra. Poca cosa más, porque interesa sobre todo la difusión de ese mensaje de paz, incluso con la mediación de una escena desacertada como la del intercambio de alimentos autóctonos: los marcianos ofrecen frutas y los expedicionarios traen productos de la Tierra, como el vino o "carne muerta" enlatada; cuando el líder de los marcianos pregunta "cómo obtienen" esta carne muerta, el capitán dispara al aire y cae una descomunal ave; el disparo produce un gran revuelo en la población marciana, que ha olvidado el sonido de las armas, pero su impacto no es tan grande como el que produce la hilaridad de los espectadores en la sala, al ver caer tamaña presa. Una escena así constituyó un gag de Harold Lloyd como infalible cazador, pero aquí no está planteado como tal, lo que hace que esta escena sea una evidente salida de tono.
El diseño de la nave (un avión de caja agrandada) y las multitudes que acompañan su despegue y aterrizaje también debe situarse en el contexto de la época y en el auge de la aviación. Ésta se ha desarrollado en el contexto de la Gran Guerra (los principales héroes de la contienda fueron los aviadores) y su popularidad va a incrementarse con la aparición de los vuelos comerciales. Desde el primer vuelo en 1903, ya había habido diversos intentos de cubrir la distancia entre dos ciudades, aunque hasta el año siguiente de la producción de la película nadie había conseguido volar entre continentes sin escalas. Hay una cierta épica del aviador en las escenas en que la nave sobrevuela Copenhague, que también sirve de glorificación de la ciudad, aunque no se mencione su nombre, para seguir las premisas de internacionalización de los productos Nordisk, sin referencias locales.