
Ulises Ferragut (Antonio Moreno) es un marinero español que sueña desde pequeño con la diosa del mar, Amphitrite, cuyo retrato ha presidido siempre la casa familiar. En Pompeya, en una de las escalas con su barco mercante, el Mare Nostrum que da título a la obra, conoce a una austriaca, Freya Talberg, de asombroso parecido con su diosa del mar. Al igual que el Ulises homérico se deja arrastrar por el canto de esta sirena, que resulta ser una espía a servicio de los alemanes (obvia la referencia a Mata Hari), y acaba colaborando con los alemanes en el transcurso de la I Guerra Mundial. Su mujer y su hijo Esteban, que se sienten abandonados, deciden saber de él y Esteban acude a buscarlo (otra referencia a la Odisea: Telémaco en busca de su padre). Tras un fallido intento de verlo en Nápoles, Esteban decide volver a casa, pero el barco en que viaja recibe el impacto de un torpedo alemán. A partir de entonces, Ulises decide cambiar de bando y presta su barco a los franceses, quienes han apresado a Freya y la han fusilado (como a Mata Hari). El Mare Nostrum y Ulises se hunden en el mar, tras ser alcanzados por un submarino alemán, pero poco antes logran vengarse de sus atacantes. En las profundidades, Ulises se reúne con la diosa del mar, como una bella forma de morir. Este final, por su estilizada ejecución, es uno de los mejores momentos de la película y recuerda un poco a las obsesiones de los amantes de L'Atalante de Jean Vigo, años después, por verse bajo el mar.
Quizás el protagonista, Antonio Moreno, uno de los latin lovers de la época, visto al día de hoy, resulta harto soso, y los personajes un tanto arquetípicos, especialmente la ayudante de Freya, en la que se buscaba ridiculizar a una "típica alemana", poco femenina y de disciplina autoritaria. Esa mirada antigermánica, en el contexto del reciente fin de la I Guerra Mundial, va a ser poco después un problema para la distribución de la película, que es retirada finalmente ante el cambio de miras con respecto a la Alemania de Weimar. Ello a pesar de las buenas críticas, de la satisfacción de Blasco Ibáñez y del éxito cosechado, éxito predecible pues la película era una buena combinación de temas muy en boga en la época: submarinos de guerra (Frank Capra o John Ford, por ejemplo, le dieron por esos años su protagonismo), espías, el melodrama familiar (la pérdida trágica del hijo, especialmente) y un amor por la Europa latina. En relación a esto último, resulta interesante con qué concisión (una simple imagen) la pantalla es capaz de evocar los diferentes lugares en los que el Mare Nostrum va moviéndose. Aunque la película fue costosa y se rodó en muy diversos escenarios naturales en el Mediterráneo (Barcelona, Marsella, Pompeya y Nápoles), no hay una entronización a lo De Mille de esos escenarios, sino una mera estampa.

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